La Organización de las Naciones Unidas dedica determinados días, semanas, años y décadas a acontecimientos o temas específicos con el fin de promover, mediante la concienciación y la acción, la consecución de sus objetivos.
Reconociendo que la Tierra y sus ecosistemas es nuestro hogar y resaltando la necesidad de promover armonía con la naturaleza y el planeta, en abril de 2009 la Asamblea General de la ONU designó el 22 de abril como Día Internacional de la Madre Tierra.
Al proclamar esta fecha, la Asamblea reconoció que “Madre Tierra” es una expresión común en varios países y regiones, reflejando la interdependencia que existe entre los seres humanos, otras especies y el planeta que habitamos.
Además del Día de la Madre Terra, existen otros días destinados a diferentes aspectos que tienen relación con el cuidado del Medio Ambiente: Día de “las Montañas”, de “la Vida Silvestre”, de “la Biodiversidad”, “del Medio Ambiente”, y “del Agua”.
Este día de la Madre Tierra, coincidiendo con el Súper Año de la Biodiversidad, se centra en el papel de la diversidad biológica, como indicador de la salud de la Tierra. Y lo celebramos, mientras estamos sufriendo mundialmente las consecuencias del brote de coronavirus, que está afectando a la salud y supervivencia de tantas personas y representa un enorme riesgo para la salud pública y para la economía mundial, pero también, a la biodiversidad biológica.
Todo está interrelacionado. La biodiversidad puede ser parte de la solución a las posibles pandemias, porque una diversidad de especies dificulta la propagación rápida de sus causantes. Los cambios de la biodiversidad afectan al equilibrio de los ecosistemas, que pueden ocasionar alteraciones importantes de los bienes y servicios que ellos proporcionan.
Cuando se ha priorizado el afán de lucro, los beneficios a corto plazo de “unos pocos” y/o de una parte de la sociedad y del mundo y un desarrollo desequilibrado, sin respetar la biodiversidad y destrozando los ecosistemas, está trayendo, como consecuencia, la pobreza e indefensión del resto de la humanidad, que al fin termina afectando a todos…
Los esfuerzos actuales a favor de la toma de conciencia y defensa de la biodiversidad, aún no son efectivos, quizás son, más bien, teóricos y tomados en cuenta por grupos pequeños, sin calar realmente de modo efectivo, en las políticas y comportamientos sociales. A pesar de estos esfuerzos, la biodiversidad se está deteriorando en todo el mundo a un ritmo sin precedentes en la historia humana. Por los datos objetivos conocidos y difundidos, se estima que alrededor de un millón de especies animales y vegetales se encuentran actualmente en peligro de extinción.
En estos momentos, con el panorama general y el escenario del coronavirus, la prioridad inmediata de toda la población y de cada uno de sus miembros, en particular, desde su propia competencia y responsabilidad es –debe ser-, evitar la propagación de COVID-19. A la vez que poner los medios adecuados para la debida atención sanitaria y acompañamiento a los afectados por la enfermedad, y el acompañamiento a sus familiares, allí donde estén, sin ninguna discriminación por razón alguna. Así como, el apoyo a la investigación científica para la búsqueda de vacunas y de otros medios que eviten su repetición y que aminoren los efectos dolorosos de esta enfermedad. Todo ello, sin perder de vista, la importancia de abordar la pérdida de hábitat y biodiversidad.
El próximo 18 de junio se cumple el 5º aniversario de la publicación de la Encíclica del Papa Francisco, Laudato Sí. No podemos compartir nuestra reflexión en torno al “Día del Cuidado de la Madre Tierra”, sin hacer referencia a esta Encíclica, tan importante sobre el tema. Es “Una señal luminosa regalada a todo el mundo, que emite alertas sobre la vida abundante y amenazada de nuestra hermana Tierra con todas sus criaturas”[1].
Estamos ante una llamada urgente de cuidar a la Madre Tierra, a la “Casa común” en lenguaje de la Encíclica (LS) “que es como una hermana, con la que compartimos la existencia y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos…que clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla… Entre los pobres más abandonados y maltratados está nuestra oprimida y devastada tierra, que gime y sufre dolores de parto”[2].
La LS nos urge a vivir lo que llama “ecología integral”: “Hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteamiento ecológico se convierte siempre en un planteamiento social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la Tierra como el clamor de los pobres”[3]. Escucha que nos ha de llevar, efectivamente, a crecer en la solidaridad, la responsabilidad y el cuidado basado en la compasión, nacida en la conciencia de un origen común y de un futuro, compartido por todos[4].
[1] Cfr. Souto Coelho, J.” Contemplar, orar y cuidar el Planeta” pág. 5
[2] LS. nº 1 y 2
[3] LS. nº 49
[4] Cfr LS nº 210 y 214